(Un texto de Carlos Otto leído en El Confidencial del 3 de julio de 2015)
En España, los emprendedores han pasado de ser bichos raros a ser legión. La pregunta quizá sea: ¿eso es
bueno o malo? Tenemos nuestras dudas.
Está claro que emprender se ha puesto de moda. Y eso... ¿es bueno o es malo? Pues hombre, según se mire. Porque hasta hace poco el emprendedor era poco menos que un bicho raro, mientras que ahora se ha convertido en una figura cool, moderna y tremendamente atractiva en según qué ámbitos sociales.
Y eso, como todo, tiene sus cosas positivas y negativas. He aquí un recorrido a todo lo bueno (y lo malo) que nos ha traído la moda del emprendimiento en España:
A favor
1.- No todo es ser empleado.
De entrada, esto del emprendimiento nos ha traído un curioso y beneficioso cambio de mentalidad: el mundo no se acaba en ser funcionario o trabajador por cuenta ajena. Frente a nuestra tradicional visión laboral, basada en la aparente comodidad de tener un trabajo estable o sacarnos una oposición, la moda del emprendimiento ha conseguido que montar tu propio negocio (o, al menos, darte empleo a ti mismo) ya no sea un terreno exclusivamente dirigido a hijos de empresarios, estudiantes de MBA o bichos raros en general. Ahora emprender es, como poco, una opción más.
2.- Mejor imagen social del empresario.
Durante años, para qué nos vamos a engañar, la imagen social del empresario ha sido bastante mala: un malvado tirano que explota a sus trabajadores para enriquecerse injustamente, que no concede tregua, al que sus empleados no le importan lo más mínimo... Y seguramente podamos debatir sobre qué porcentaje exacto de nuestra clase empresarial se corresponde realmente con ese perfil, pero, como poco, parece una visión exagerada y quizá un pelín injusta, ¿no?
Y oye, es verdad que a menudo la palabra emprendedor no es más que un eufemístico lavado de cara de ese tipo de empresarios, pero también es cierto que los aparentes matices semánticos del emprendedor (chavalito joven, que monta un proyecto desde cero, que -por ahora- no gana demasiado dinero, que trata bien a sus empleados...) han servido, como poco, para que el ciudadano medio entienda que no todo empresario tiene por qué ser un explotador que enciende puros con billetes de 100 euros. Porque un empresario puede ser un auténtico cabrón, sí, pero dar por hecho que por defecto todos lo son parece bastante exagerado.
3.- Inyección emocional.
No nos engañemos: durante los años más duros de la crisis, ver a un grupo de jovencitos que intentan combatir el paro montándoselo por su cuenta ha supuesto, al menos, una ligera inyección emocional para toda la sociedad. Otra cosa es que luego a los chavalitos en cuestión les haya ido bien la cosa o se hayan arruinado (lo más probable es lo segundo), pero el empuje moral y social parece innegable.
4.- Intraemprendimiento.
Sí, emprender puede ser la leche, pero no es para todos.Porque si tu emprendimiento consiste en darte de alta de autónomo y conseguir pequeños clientes quizá no te cueste mucho dinero, pero si quieres montar algo de más enjundia (con empleados, oficina, gastos logísticos, proveedores...) necesitas dinero. Mucho dinero. Y huelga decir que eso no está el alcance de todos. De hecho, está al alcance de muy pocos.
Frente a este problema, en los últimos años ha ido surgiendo una figura laboral que, pese a los mitos que circulan en torno a ella, puede ser muy interesante. Se trata del intraemprendedor, un empleado que, dentro de la aparente comodidad del trabajo por cuenta ajena, se encarga de llevar a cabo pequeños emprendimientos, iniciativas y novedades dentro de la empresa en la que trabaja. Una figura, en definitiva, que está consiguiendo que muchos trabajadores puedan innovar, crear cosas nuevas y satisfacer su ímpetu emprendedor sin necesidad de tener que abandonar su nómina.
5.- Auge de sectores poco emprendedores.
Hasta hace muy poquito, el emprendedor español tenía una tipología medianamente clara y dual: por un lado, los trabajadores poco cualificados que, ante la falta de oportunidades laborales, deciden montar un pequeño negocio (sobre todo comercios o servicios profesionales de perfil bajo); por otro, los trabajadores altamente cualificados (licenciados o estudiantes de máster) que lanzaban su propio negocio en sectores muy dados al emprendimiento (marketing, publicidad, consultoría, ventas...).
Sin embargo, la puesta en valor del discurso emprendedor ha provocado que otros sectores, tradicionalmente nada vinculados al emprendimiento, vean crecer su número de empresas. Porque ahora se anima a emprender todo Dios: diseñadores, ingenieros, investigadores, periodistas, científicos... La figura del emprendedor ya no está asociado al licenciado en Empresariales que intentará venderte todo lo que se le ocurra, sino al profesional cualificado que te ofrece sus servicios trabajando desde su propia empresa.
En contra
1.- ¿A cuántos hemos lanzado a la ruina?
Desde que empezó todo este optimismo en torno al emprendimiento (del que los medios tenemos gran parte de mérito o demérito), siempre me hago la misma pregunta: ¿a cuánta gente estamos lanzando a emprender... para que después se arruine? Porque sí, emprender puede salirte muy bien y que acabes triunfando, pero también puedes arruinarte y acabar peor de como empezaste. Y, ¿qué parte de responsabilidad tendremos los que hemos lanzado a emprendedor que fracasa?
Además, es probable que el discurso del emprendimiento haya pecado de un optimismo psicológico que quizá (sólo quizá) haya sido exacerbado. Porque la inyección de un optimismo superficial puede ser positiva si la cosa sale bien, pero cuanto más sube algo... más dura es la caída. Y si al emprendedor le sale mal la aventura que regó con ese optimismo tan exagerado, ¿no será aún más brutal el derrumbe psicológico que acabe con él?
2.- Darwinismo social.
Ya hemos hablado de esto alguna vez. Lo malo del emprendimiento es que se basa en el discurso de la
supervivencia, de sobreponerse a todo lo malo que se pueda cruzar en tu camino, de creer en esa monstruosa chorrada de que 'si quieres, puedes'. Y claro, entonces llega la arrogancia, ya que "los que trabajaron duro y les ha ido bien tienden a pensar que a los que no les va bien no trabajaron duro".
Porque tenemos que convencernos de una cosa: que tú las hayas pasado putas y hayas sobrevivido no significa que todo el mundo tenga que pasarlas tan putas como tú. Porque ese discurso de que "la vida es dura, chico, y si te va mal, pues te aguantas" podría ser válido si viviésemos en la jungla, pero no en un Estado de derecho.
3.- Peor imagen social del empleado/funcionario.
Derivada de la anterior. La mejora de la imagen social del empresario sólo puede interpretarse en clave
positiva, pero su radicalización ha traído consigo un punto muy negativo. Porque claro, si resulta que eres el entrepreneur del siglo, un hombre hecho a sí mismo que se ha creado su propio trabajo, ha levantado un
negocio desde cero y encima ha dado empleo a otras personas, ¿qué respeto te va a merecer un empleadillo o un funcionarete de pacotilla, que se dedica a calentar la silla hasta que le llega la nómina?
Porque la visión del empresario como un malvado explotador era una generalización injusta, pero la visión del empleado o del funcionario como un parásito sin valor, además de injusta, es estúpida.
4.- ¿Es sostenible este modelo?
En los peores años de la crisis, el número de autónomos en nuestro país cayó de manera dramática. Y podría haber sido muchísimo peor, ojo, ya que la terrible caída se vio medianamente frenada por el auge del emprendimiento, que hizo que nuestro país fuese el quinto de la Unión Europea en altas de autónomos... pero el primero en bajas.
Ahora las cifras son muchísimo mejores, dónde va a parar, pero siguen ofreciéndonos algunas dudas. Y es que los datos que de cuando en cuando filtra el Ministerio de Empleo nos muestran una realidad ante la que, como poco, cabe estar alerta: la mayoría de altas en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA) se producen por parte de personas que nunca han pertenecido a este régimen (es decir, que nunca han emprendido). Por el contrario, gran parte de las bajas se producen entre autónomos que llevaban más de cinco años funcionando. Es decir, que los nuevos autónomos que se están dando de alta aún tienen que encontrar un modelo de negocio viable, mientras que los que lo tuvieron durante años son los que se están yendo. ¿Conseguirán los nuevos autónomos sustituir el empleo que destruyeron los que se han dado de baja?
5.- El discurso empieza a ser cansino.
Todos, casi sin excepción, estamos de acuerdo en que fomentar el emprendimiento es algo indudablemente
positivo. Pero claro, cuando un discurso se usa tanto... al final se acaba desgastando. Y seguro que no soy el único que empieza a estar harto de ver constantemente hablando de emprendimiento, de esfuerzo, de
superación y otras tantas palabras vacías a políticos que no sólo no han emprendido nunca, sino que ni siquiera han pasado por la empresa privada en toda su vida, ¿verdad?
Corremos el riesgo de que el fomento del emprendimiento al final acabe siendo cansino y, por tanto, contraproducente. Porque tanto va el cántaro a la fuente... que al final, inevitablemente, se acaba rompiendo.