(Un texto de Antonio Padilla en el XLSemanal del 22 de
septiembre de 2013)
MÓNICO SÁNCHEZ. El hombre que metió los rayos x
en una maleta.
De La Mancha a Nueva
York. Desembarcó en la gran manzana en 1904. Estudió Ingeniería Eléctrica en
Columbia, y con 28 años inventó el artefacto que le iba a hacer famoso y
millonario: los rayos X portátiles.
Nacido en 1880 en
Piedrabuena (Ciudad Real), Mónico Sánchez Moreno era el menor de los cuatro
hijos de un humilde matrimonio campesino. Nada le auguraba una brillante
carrera como investigador. Pero Mónico estaba dotado de una gran inteligencia
natural. Concluida la enseñanza primaria, a los 14 años, se puso a trabajar
como chico de los recados primero, como dependiente después y como propietario
de una pequeña tienda más tarde. En 1901 vendió el negocio y se marchó a Madrid
con un propósito 'insólito': estudiar Ingeniería Eléctrica.
Empezó a estudiar por
su cuenta y, tras aprender un inglés rudimentario, se inscribió en un curso a
distancia que impartía desde Londres el Electrical
Institute of Correspondence Instruction. Impresionado por el tesón del
joven español, el director del instituto lo animó a ampliar estudios en Nueva
York. En 1904 desembarcó en Ellis Island con 60 dólares en el bolsillo.
Mónico salió
adelante... ¡y cómo! En 1909 creó su gran invento: el aparato portátil de rayos
X y corrientes de alta frecuencia. Estos dispositivos eran utilizados desde
hacía tiempo, pero tenían el problema de su peso descomunal (una tonelada) y su
precio exorbitante (unas 3000 pesetas de la época).
El aparato de rayos X
Sánchez supuso una revolución. Venía en una maleta y solo pesaba diez kilos. El
éxito fue inmediato y las máquinas se vendieron a hospitales del mundo entero.
Pero no todo fue sobre ruedas en Nueva York. Mónico se embarcó en un proyecto
de telefonía inalámbrica, cuyo promotor acabó siendo condenado por estafa. El
español más tarde declararía que Estados Unidos era una maravilla, pero que no
le gustaba la forma de hacer negocios de los americanos.
En 1912 regresó a
España rico: el aparato Sánchez le había reportado un millón de dólares, un
fortunón. Tenía 32 años y lo predecible era que se retirase a vivir en Madrid o
Barcelona. Pero se instaló en su pueblo, con el proyecto de fabricar allí sus
aparatos, y costeó de su bolsillo la construcción de una central eléctrica,
para que a Piedrabuena llegaran por primera vez la electricidad y el agua
corriente. Y así fue como en un lugar de La Mancha apareció el Laboratorio
Eléctrico Sánchez, el centro de tecnología más avanzado de España y casi de
Europa.
Pero las cosas se
torcieron con la Guerra Civil. El laboratorio fue incautado por los
republicanos, y el posterior Gobierno franquista denegó una y otra vez los
permisos de importación de materiales imprescindibles para continuar operando.
Su laboratorio se desintegró como su propia familia. Su esposa y cinco de sus
seis hijos murieron antes que él. Mónico falleció en 1961, y con él pasó a
mejor vida su laboratorio, en palabras de Manuel Lozano: «La más espléndida
joya manchega tras el Quijote».
EMILIO HERRERA. El creador del primer traje
espacial.
Fue uno de los pilotos
del histórico vuelo del dirigible Graf Zeppelin en 1928. Siete años después
creó el traje espacial. Cuando pisó la Luna, Neil Amstrong llevaba uno
inspirado en su creación.
Granadino, de 1879,
estudió Ingeniería y muy pronto se sintió atraído por la aeronáutica
incipiente. Así que, al licenciarse como teniente en 1903, solicitó el traslado
a la Escuela de Aerostación de Guadalajara. En la Guerra de África se convirtió
en piloto de dirigibles y en 1914 acaparó las portadas de toda Europa al ser el
primero en sobrevolar el Estrecho de Gibraltar en avión.
Gentilhombre de cámara
de Alfonso XIII, era amigo personal del monarca, pero sobre todo un ingeniero
muy preparado y un inventor genial. Tras colaborar con Juan de la Cierva en la
invención del autogiro, el antecedente de los helicópteros, participó en el
Laboratorio Aerodinámico de Cuatro Vientos, inaugurado en 1921 y dotado de uno
de los túneles de viento más modernos del mundo.
Lo que más le
interesaba era el vuelo estratosférico y la conquista del espacio exterior. Su
proyecto de mayor envergadura fue la ascensión en globo a 26.000 metros de
altura, algo que nadie había hecho hasta entonces. Una vez alcanzada la
estratosfera, se proponía efectuar mediciones para el estudio de la radiación
cósmica. La misión era ambiciosísima y también muy peligrosa.
En 1928, la ascensión
a 11.000 metros se había cobrado las vidas del comandante Benito Mola y los
demás tripulantes del Hispania, privados de oxígeno en la barquilla de su
aeronave. En 1935, Herrera resolvió el problema mediante la invención del
primer traje espacial. La escafandra estratonáutica estaba equipada con
micrófono, aparatos de control y un sistema de respiración antivapor, y
soportaba la presión espacial. Corría 1936, y el enorme globo y la escafandra
estratonáutica estaban a punto de emprender la ascensión cuando el estallido de
la Guerra Civil puso punto final al proyecto de vuelo. Aunque monárquico
devoto, Herrera había jurado fidelidad a la República y se desempeñó como
director técnico de la aviación republicana.
Exiliado en Francia
tras el final de la contienda, Herrera siguió con sus investigaciones y él y su
mujer vivieron de sus patentes y fue amigo personal de Albert Einstein. Murió
en Ginebra en 1967, sin que sus méritos llegasen a ser reconocidos en España.
Sí que obtuvo el reconocimiento internacional. En los años sesenta, la NASA se
basó en su escafandra para la fabricación de los trajes espaciales. Como homenaje
a Herrera, el mismísimo Neil Armstrong entregó una piedra lunar a Manuel
Casajust, antiguo ayudante del granadino universal.
LEONARDO TORRES QUEVEDO. El Da Vinci español
nació en Cantabria.
A los 40 se hizo
inventor y legó a la humanidad el primer funicular para personas, el mando a
distancia, el primer juego de ordenador analógico, el puntero láser, atisbó la
inteligencia artificial...
El 28 de diciembre de
2012, Google presentó un doodle -una
modificación puntual de su logotipo- en homenaje al ingeniero e inventor
español Leonardo Torres Quevedo. En el dibujo, este aparece en un transbordador
que atraviesa un río. A su lado, dos piezas de ajedrez. Aquel día se conmemoró
el 160º aniversario del nacimiento de Torres Quevedo, una figura en su momento
popularísima y de la que ya pocos se acuerdan.
Nacido en un pueblo de
Cantabria en 1852 e hijo de un ingeniero de Ferrocarriles, estudió el
bachillerato en Bilbao y París y la universidad, en Madrid. Durante el resto de
su vida iba a sentirse particularmente ligado a la capital vizcaína, donde
vivió en casa de unas familiares -las señoritas de Barrenechea- que le legaron
sus bienes, facilitando así su independencia económica.
Torres se licenció en
1876 y trabajó como ingeniero del ferrocarril. Sin embargo, la herencia de las
de Barrenechea le hizo renunciar al ingreso en el Cuerpo. Quería dedicarse a
«pensar en mis cosas», a viajar por Europa y familiarizarse así con los últimos
adelantos técnicos.
A su regreso a España,
se casó con Luz Polanco y se radicó en el santanderino valle de Iguña. El
matrimonio tuvo ocho hijos, y todo apuntaba a una plácida existencia de
rentista... Hasta que en 1889 sorprendió a todos patentando un invento
extraordinario: el transbordador o funicular aéreo apto para transportar
personas, y no solo bultos, como hasta ese momento.
El aparato suscitó
gran interés en Suiza, pero el proyecto helvético no terminó de cuajar. Eso no
desalentó al cántabro. Tras solucionar diversos problemas de anclaje y
seguridad, su transbordador se instaló en San Sebastián y Bilbao y poco después
en Chamonix, Río de Janeiro... Y sobre las cataratas del Niágara, donde el
denominado Spanish Aero-Car, inaugurado en 1916, sigue en activo.
En 1899 se traslada a
Madrid, donde seguiría residiendo hasta su fallecimiento, en 1936. Se interesa
por los novedosos dirigibles aeroestáticos y, en colaboración con el aviador
Alfredo Kindelán, en 1905 desarrolla el primer dirigible español. Su interés
por la navegación aérea pronto lo lleva a crear otro invento genial: el
telekino o mando a distancia. Ha oído bien: Torres Quevedo fue quien inventó el
primer prototipo del artilugio que hoy no falta en ninguna vivienda. Lo
desarrolló durante sus investigaciones sobre dirigibles, con la prudente
intención de que nadie resultara dañado en las pruebas de vuelo. Tres impulsos,
sigue recto; siete impulsos, diez grados a estribor... El telekino movía la
hélice y el timón por medio de ondas radiofónicas.
Este primer aparato de
radiodirección causó admiración y fue patentado en España, Francia, Gran
Bretaña y Estados Unidos. Torres Quevedo proyectó otros inventos: aparatos de
cálculo matemático, o el llamado 'aritmómetro mecánico', una especie de máquina
de escribir con memoria, claro precedente de los actuales ordenadores. Interesado
durante sus últimos años en las aplicaciones pedagógicas, tuvo tiempo de
inventar el proyector didáctico de diapositivas de vidrio, así como el puntero
proyectable -antecesor del puntero láser-.
Su interés por la
automatización culminó en una de sus invenciones más admiradas: el Ajedrecista.
Presentado en la feria de París de 1912, era una máquina eletromecánica
diseñada para jugar finales de partidas de ajedrez y que indefectiblemente
vencía por jaque mate a sus contrincantes humanos. Primera manifestación de
inteligencia artificial en la historia, el Ajedrecista causó sensación y está
considerado como el primer juego de ordenador analógico.
RAMÓN VEREA. Su máquina está en IBM.
«Demasiados abogados.
Lo que necesita una sociedad independiente son inventores», se quejaba el
periodista Ramón Verea. Él mismo se puso a ello y le salió la calculadora.
En la sede central de
IBM en Nueva York, entre las joyas de la colección de artefactos tecnológicos
históricos desde Galileo, hay un curioso aparato amarillo, de 35 por 30 por 20
centímetros y 12 kilos de peso. Es la primera calculadora moderna, patentada en
1878 en Nueva York, capaz de multiplicar de forma directa, sin concatenar
sumas.
Su creador, un
español: Ramón Verea. Nacido en Pontevedra en 1833, estudió Filosofía en
Santiago. Mal alumno, era sin embargo inquieto y un autodidacta apasionado.
Librepensador, trabajó como maestro y periodista antes de emigrar a Cuba, donde
realizó diversos oficios y escribió dos novelas. En 1865 se trasladó a Nueva York,
donde compaginó el periodismo con un empleo en una casa de cambio, que lo llevó
a interesarse por el cálculo matemático. Las calculadoras de entonces eran
toscas y engorrosas. Crítico con la falta de inventores españoles se propuso
inventar una máquina perfecta y única. Su invento resolvió la multiplicación
698543721 x 807689 en solo 20 segundos.
Para la época, una
velocidad asombrosa. Su invento causó sensación, pero Verea no lo comercializó:
«Quería contribuir al avance de la ciencia. Pero yo soy periodista, no
científico, y lo que quería demostrar ya lo he demostrado». En adelante
escribió contra la deriva política imperialista de Estados Unidos y emigró a
Argentina en 1896, donde murió en 1899 totalmente pobre.
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