(Un texto de Jorge Parra en el Heraldo de Aragón del 3 de mayo de 2020)
Los innovadores son un valor en alza en la sociedad actual. Pero debemos reivindicar también la figura del empresario. Cuando Thomas Edison inventó el fonógrafo en 1877 señaló hasta diez usos distintos del mismo: conservación de la voz de personas en riesgo de muerte, grabación de libros para personas ciegas, clases de ortografía, utilización como dictáfonos en empresas, etc. En ningún caso pensó en la reproducción de música. Pasado un tiempo sin alcanzar unas ventas relevantes, llegó a decir que su invento carecía de valor comercial.
Cuando otros empresarios adaptaron su invención para su utilización en gramolas tragaperras, Edison protestó porque restaba seriedad a su invento. Tuvieron que transcurrir 20 años hasta llegar a asumir que la principal aplicación del fonógrafo era la reproducción de música. La historia del Kleenex, la del Postit, la de la CocaCola o hasta la de McDonalds son similares. En todos estos casos hubo innovadores que descubrieron una idea genial pero no supieron explotarla, y emprendedores que pusieron en valor la idea y la hicieron accesible a todos con una hábil aplicación comercial. Una sociedad se desarrolla y prospera gracias a la capacidad de movilización de nuevas ideas.
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