(Un texto de Carlos Salas en el suplemento económico de El
Mundo del 13 de enero de 2008)
Estaba allí desde hacía
muchos meses pero yo no lo pensaba leer porque me parecía demasiado simple.
«Léelo», me dijo un familiar que preside una compañía de seguros. En los
últimos años, entrevisté a muchos directivos y empresarios, y siempre acababa
preguntándoles: «¿Y ha leído usted el dichoso libro ese?». Todos me
respondieron que no. Claro, era tan simplón. Tampoco lo iba a leer yo, desde
luego.
Supe que un empresario
lo había regalado a sus 25.000 empleados y pensé: «Quizá para la masa, pero no
para mí». Vi luego por las secciones de autoayuda de las librerías montones de
libros que lo copiaban, ya saben, de esos con la tapa amarilla que parecen
escritos para niños grandes que dirigen corporaciones. Pero no para mí. Se
había editado por primera vez en castellano en 2000 y los periodistas lo
mirábamos como esos libros tontos que alimentan la inocente búsqueda de la
perfección. De modo que no me iba a descubrir nada nuevo.
Hasta que un arquitecto
amigo mío me lo prestó. «Léelo», me dijo. ¿Tu quoque?, pensé. ¿También tú? Otro que había caído en la secta del
queso. Eso fue hace un año. Pues vamos a ello, He leído bastantes libros de
gestión y hasta he entrevistado a los gurús: a Michael Porter, a Tom Peters,
así como a premios Nobel como Herbert Simon y a Lawrence Klein, y hasta al
locuaz John Kenneth Galbraith para que me explicaran las claves de la economía.
Así que un par de
enanitos llamados Hem y Haw, junto con dos ratoncitos llamados Fisgón y
Escurridizo, no me iban a enseñar más que todos esos señores. Un domingo por la
mañana, me relajé en el sillón de casa y leí el librito. Déjenme recordar: tardé
40 minutos. No encontré gráficos, ni fórmulas. No hay case study ni jerga económica como cash flow o return on assets.
Ni optimización, implementación o valor para el accionista. «Vaya, aquí sólo
hay un cuento», me dije.
El cuento es muy simple:
conviven dos enanitos y dos ratoncitos en un laberinto donde cada mañana
encuentran su ración de queso, Un buen día, desaparece la comida. Los
ratoncitos se lanzan por el laberinto a la búsqueda de más queso, pero los enanitos
racionales, se quedan esperando a que aparezca el queso de nuevo. Como no aparece,
uno de ellos reflexiona y dice: «Hay que salir en busca de queso». Es Haw. El otro
se queda parado y dice: «Lo más seguro es esperar a que llegue de nuevo el queso».
Es Hem.
El enanito Haw sale a la
aventura y está muerto de miedo. Pero se da cuenta de que el miedo le ayuda a
espabilarse de modo que va escribiendo sus enseñanzas en las paredes. También
se le ocurre que antes de que desapareciera el queso, había ciertos indicios a
los que no hizo caso: el queso olía mal y encima ya no había tanto como antes.
Pero ignoró estas señales porque le producían temor. El temor te impide ver la realidad.
Haw encuentra por fin un
depósito de queso pero resulta que está casi vacío. Alguien se le ha
adelantado. Entonces aprende que si hubiera salido antes de su rincón, habría
encontrado esa despensa llena. Haw vuelve con su amigo Hem y le da a probar el queso
nuevo, pero éste lo rechaza porque sigue apegado a los viejos gustos. «No creo que
me vaya a gustar», dice Hem. «Quiero que me devuelvan mi propio queso».
Haw sigue buscando por
su cuenta más depósitos de queso hasta que encuentra otro donde están sus
viejos amigos los ratoncitos. Después de hartarse de queso, Haw reflexiona
sobre lo que le ha sucedido: el queso cambia de sitio así que hay que moverse.
Fin de la historia. (No lo dice pero suponemos que a estas alturas el reacio Hem
está calcificado de hambre).
Como ustedes ya suponen,
el libro se llama ¿Quién se ha llevado mi
queso? (Empresa Activa) y está escrito por el psicólogo Spencer Johnson. Ha
vendido (pincho en internet) «millones de ejemplares en 26 idiomas». La gran
clave del éxito del librito es que refleja las actitudes de los humanos ante
los cambios: unos se apoltronan y otros se mueven. En el fondo, nos está
diciendo que en la empresa imperan las mismas leyes que descubrió Darwin hace
siglo y medio: el entorno cambia, y las especies que se adaptan a esas
modificaciones sobreviven, Las que no, se extinguen.
El presidente del
Instituto de la Empresa Familiar, Juan Roig, que también es presidente de
Mercadona, lo regaló a toda su plantilla, supongo que para animarles a pensar
que hay que moverse, cambiar, aceptar nuevos desafíos y buscar el queso cuando
desaparezca. El queso es el mercado, que cambia de gustos o de sitio. Hoy está en
España, mañana puede estar en China. Hoy le gustan los coches grandes y de
diesel; mañana, pequeños y de pilas.
Seguro que antes de ¿Quién se ha llevado mi queso? había
muchos libros sobre la gestión del cambio. ¿Y por qué éste ha triunfado? Porque
ha sido el primero en relatarlo como un cuento de Samaniego o una fábula de Esopo,
la manera más antigua y más eficaz de transmitir una idea. Una verdad contada
de una forma sencilla.
Creo que ya lo he dicho
anteriormente en esta columna: si tienen que explicar una idea, por favor ¡cuéntenla!
No aburran a la audiencia con gráficos. Pierdan el miedo al ridículo y anímense
a contar cuentos como lo han hecho nuestros abuelos y los abuelos de nuestros
abuelos, La mayor parte de las personas que decían no haber leído el libro me mintieron
porque les daba vergüenza reconocerlo. Como a mí.
El célebre psicólogo Carl
Jung decía que tenemos impreso en el alma un inconsciente colectivo que se
mueve con arquetipos. Los arquetipos son la esencia de las novelas, los guiones
de Hollywood, los cuentos de niños y los libros de autoayuda como el del
dichoso queso.
La misma editorial acaba
de publicar un libro titulado Será mejor
que lo cuentes de Antonio Núñez López. Si usted es capaz de transformar un
aburrido informe en fabulosas sensaciones y emociones entonces conseguirá que
su mensaje llegue a más personas de forma duradera, No lo olvidarán. ¿Y saben a
qué se debe? A que la especie humana sigue esperando que le cuenten un cuento
por la noche en la cama o junto a la fogata.
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