jueves, 30 de mayo de 2013

Innovación abierta


(Un artículo de Elena Sanz en el suplemento Tercer Milenio del Heraldo de Aragón del 31 de mayo de 2011)

¿Estamos programados para ser colectivamente inteligentes? ¿Cooperar y compartir nos hace más innovadores? Los últimos estudios sobre inteligencia colectiva e innovación apuntan en esta dirección. De hecho, empresas punteras como Boeing, Du Pont o Nestlé, así como la Nasa, han puesto a prueba la ‘sabiduría de la multitud’ para buscar soluciones a sus problemas y desarrollar nuevos productos. Los resultados obtenidos hasta ahora auguran un prometedor futuro a la innovación abierta, que permite a cualquier ciudadano convertir una brillante idea en realidad.

«En las circunstancias apropiadas, los grupos son notablemente inteligentes, y a menudo más inteligentes que los mejores del grupo», asegura James Surowiecki en su libro ‘Cien mejor que uno’. De esta premisa parte el concepto de Innovación Abierta (‘Open Innovation’ en inglés), un término que fue acuñado por el catedrático de la Universidad de Berkeley Henry Chesbrough en 2005 acompañado de un mensaje rotundo: las mejores ideas no siempre surgen de una empresa u organización. O, dicho de otro modo, ni todos los mejores expertos, ni tampoco muchos ‘amateurs’ ingeniosos y originales, trabajan en nuestra organización. Por lo tanto, para innovar y avanzar es esencial aprovechar el conocimiento externo.

La Nasa sabe que gran parte de la creatividad que necesita para afrontar el futuro se encuentra «ahí fuera», en la red. Por eso, hace algunos años decidió unirse a la plataforma Innocentive, apodada como el ‘supermercado on-line de las ideas’, donde una serie de empresas o ‘seekers’ (buscadores) plantean problemas o ‘challenges’ (retos) para que los usuarios o ‘solvers’ propongan soluciones. Esta estrategia de innovación abierta se conoce como ‘crowdsourcing’ –del inglés ‘crowd’ (masa) y ‘sourcing’ (externalización) – y habitualmente quien ofrece la idea más fresca y brillante obtiene una recompensa económica. Usando este sistema, la Nasa ha encontrado la solución para fabricar un aparato de gimnasia para hacer ejercicio en el espacio, tecnología que permite a los astronautas conservar alimentos frescos o métodos para pronosticar el tiempo solar. Hasta han desarrollado un sistema especial de lavado en microgravedad, importante para futuros viajes espaciales tripulados si tenemos en cuenta que las lavadoras tradicionales no funcionan en el espacio exterior.

Boeing, Du Pont, Novartis, Nestlé o SAP han aprovechado también la plataforma Innocentive para resolver algunos de sus quebraderos de cabeza con ayuda del ‘talento común’. Incluso Colgate-Palmolive recurrió a la ‘sabiduría de masas’ en busca de un método para envasar su pasta, que encontró gracias a un ingeniero canadiense que propuso colocar una carga positiva en el flúor en polvo. Esta solución, que a nadie en la compañía se le había ocurrido, fue recompensada con 25.000 dólares.

Por su parte, la conocida franquicia del café Starbucks ha creado la web Starbucks Ideas, un espacio ‘on-line’ donde ya han recibido más de 100.000 propuestas que la empresa analiza y cataloga públicamente como ‘puesta en marcha’, ‘en revisión’ o ‘muy pronto’.

La idea de la marca de ordenadores Dell de vender portátiles con sistema operativo Linux surgió de los miles de usuarios que aportan sus propuestas para mejorar los productos a través de la plataforma web Idea-Storm (tormenta de ideas en castellano). Y Nokia ha lanzado Invent with Nokia, en la que hace un llamamiento a inventores profanos a desarrollar los dispositivos móviles del futuro.

¿Por qué funciona tan bien la innovación abierta? Surowiecki lo tiene claro: porque estamos programados para ser colectivamente inteligentes. Charles Leadbeater, asesor británico en innovación autor del libro ‘We think’ (2008), apoya esta idea y defiende que «en sus raíces la creatividad es colaborativa, y normalmente no es fruto de un momento de inspiración individual y solitario». Internet nos ofrece una nueva forma de organizar y expandir esa actividad creativa compartida a gran escala y, por eso, según Leadbeater, «está cambiando nuestro modo de compartir ideas y de pensar». De hecho, este experto británico sostiene que nuestra principal preocupación en el siglo XXI debe ser «cómo crear una economía de innovación de masas duradera».

Otro argumento sólido es el que aporta Yochai Benkler, catedrático de Derecho de la Universidad de Harvard, que asegura que «el mundo va demasiado rápido, es demasiado complejo y está demasiado conectado para que ninguna compañía encuentre todas las respuestas que necesita dentro».

En otras palabras, en la actualidad el conocimiento no se encuentra circunscrito a las grandes organizaciones, centros tecnológicos y universidades. Está distribuido en multitud de países y de personas. Y, lo que es más interesante, ese conocimiento está disponible. Quizás tienen razón quienes afirman que, a partir de ahora, las grandes ideas no surgirán de un tipo encerrado en un garaje sino del encuentro de millones de personas en la red.

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