(Un artículo de Elena Sanz en el suplemento Tercer Milenio
del Heraldo de Aragón del 31 de mayo de 2011)
¿Estamos
programados para ser colectivamente inteligentes? ¿Cooperar y compartir nos
hace más innovadores? Los últimos estudios sobre inteligencia colectiva e innovación
apuntan en esta dirección. De hecho, empresas punteras como Boeing, Du Pont o
Nestlé, así como la Nasa, han puesto a prueba la ‘sabiduría de la multitud’ para
buscar soluciones a sus problemas y desarrollar nuevos productos. Los
resultados obtenidos hasta ahora auguran un prometedor futuro a la innovación
abierta, que permite a cualquier ciudadano convertir una brillante idea en
realidad.
«En las
circunstancias apropiadas, los grupos son notablemente inteligentes, y a menudo
más inteligentes que los mejores del grupo», asegura James Surowiecki en su
libro ‘Cien mejor que uno’. De esta premisa parte el concepto de Innovación
Abierta (‘Open Innovation’ en inglés), un término que fue acuñado por el
catedrático de la Universidad de Berkeley Henry Chesbrough en 2005 acompañado de
un mensaje rotundo: las mejores ideas no siempre surgen de una empresa u
organización. O, dicho de otro modo, ni todos los mejores expertos, ni tampoco muchos
‘amateurs’ ingeniosos y originales, trabajan en nuestra organización. Por lo
tanto, para innovar y avanzar es esencial aprovechar el conocimiento externo.
La Nasa
sabe que gran parte de la creatividad que necesita para afrontar el futuro se
encuentra «ahí fuera», en la red. Por eso, hace algunos años decidió unirse a la
plataforma Innocentive, apodada como el ‘supermercado on-line de las ideas’,
donde una serie de empresas o ‘seekers’ (buscadores) plantean problemas o ‘challenges’
(retos) para que los usuarios o ‘solvers’ propongan soluciones. Esta estrategia
de innovación abierta se conoce como ‘crowdsourcing’ –del inglés ‘crowd’ (masa)
y ‘sourcing’ (externalización) – y habitualmente quien ofrece la idea más
fresca y brillante obtiene una recompensa económica. Usando este sistema, la
Nasa ha encontrado la solución para fabricar un aparato de gimnasia para hacer
ejercicio en el espacio, tecnología que permite a los astronautas conservar
alimentos frescos o métodos para pronosticar el tiempo solar. Hasta han
desarrollado un sistema especial de lavado en microgravedad, importante para
futuros viajes espaciales tripulados si tenemos en cuenta que las lavadoras
tradicionales no funcionan en el espacio exterior.
Boeing, Du
Pont, Novartis, Nestlé o SAP han aprovechado también la plataforma Innocentive para
resolver algunos de sus quebraderos de cabeza con ayuda del ‘talento común’. Incluso
Colgate-Palmolive recurrió a la ‘sabiduría de masas’ en busca de un método para
envasar su pasta, que encontró gracias a un ingeniero canadiense que propuso
colocar una carga positiva en el flúor en polvo. Esta solución, que a nadie en
la compañía se le había ocurrido, fue recompensada con 25.000 dólares.
Por su
parte, la conocida franquicia del café Starbucks ha creado la web Starbucks
Ideas, un espacio ‘on-line’ donde ya han recibido más de 100.000 propuestas que
la empresa analiza y cataloga públicamente como ‘puesta en marcha’, ‘en
revisión’ o ‘muy pronto’.
La idea
de la marca de ordenadores Dell de vender portátiles con sistema operativo
Linux surgió de los miles de usuarios que aportan sus propuestas para mejorar los
productos a través de la plataforma web Idea-Storm (tormenta de ideas en
castellano). Y Nokia ha lanzado Invent with Nokia, en la que hace un
llamamiento a inventores profanos a desarrollar los dispositivos móviles del
futuro.
¿Por qué funciona
tan bien la innovación abierta? Surowiecki lo tiene claro: porque estamos programados
para ser colectivamente inteligentes. Charles Leadbeater, asesor británico en
innovación autor del libro ‘We think’ (2008), apoya esta idea y defiende que
«en sus raíces la creatividad es colaborativa, y normalmente no es fruto de un
momento de inspiración individual y solitario». Internet nos ofrece una nueva
forma de organizar y expandir esa actividad creativa compartida a gran escala y,
por eso, según Leadbeater, «está cambiando nuestro modo de compartir ideas y de
pensar». De hecho, este experto británico sostiene que nuestra principal
preocupación en el siglo XXI debe ser «cómo crear una economía de innovación de
masas duradera».
Otro argumento
sólido es el que aporta Yochai Benkler, catedrático de Derecho de la Universidad
de Harvard, que asegura que «el mundo va demasiado rápido, es demasiado
complejo y está demasiado conectado para que ninguna compañía encuentre todas
las respuestas que necesita dentro».
En otras
palabras, en la actualidad el conocimiento no se encuentra circunscrito a las
grandes organizaciones, centros tecnológicos y universidades. Está distribuido
en multitud de países y de personas. Y, lo que es más interesante, ese
conocimiento está disponible. Quizás tienen razón quienes afirman que, a partir
de ahora, las grandes ideas no surgirán de un tipo encerrado en un garaje sino
del encuentro de millones de personas en la red.
No hay comentarios:
Publicar un comentario