(Un texto de José Luis Latorre, Director del CEEI Aragón, en
el Heraldo de Aragón del 9 de diciembre de 2014)
¿Qué es emprender? Emprender es una actitud; es una forma de
querer sorprender y sorprenderse a uno mismo en lo que hace; es una forma de
compartir, de implantar una serie de valores en nuestro proyecto; es, en
definitiva, dar el cien por cien de uno mismo. A todo esto hay que añadir un
ingrediente fundamental: la pasión.
Todo emprendedor debe responder tres complicadas preguntas:
¿por qué emprendo? (razones, motivos, ilusiones); ¿qué quiero hacer?; ¿cómo lo vaya
hacer?
En definitiva, dónde quiero ir y cómo voy a ir en el viaje
que inicio y, sobre todo, con un toque innovador. Pero ¿qué diferencia hay
entre la I+D y la innovación?: I+D significa a transformar dinero en ciencia;
innovación significa transformar ciencia en dinero.
La innovación va ligada a darle sostenibilidad al proyecto, es
decir, al cliente, al márquetin y a las ventas. Hay otra fórmula un poco más
disruptiva a la hora de definir la innovación: capacidad creativa más capacidad
de asumir riesgos.
La segunda fórmula es inherente a un emprendedor; el riesgo
y la capacidad creativa van ligadas a la actitud, a la curiosidad, a ver las tendencias
en el mundo, a las propias vivencias y experiencias, pero empezando siempre por
la sonrisa.
Todo lo anteriormente mencionado no nos garantiza el éxito empresarial,
ya que aspectos como el entorno, las ventanas de oportunidad, nuestros
compañeros de viaje, la financiación, nuestras circunstancias personales y
familiares e incluso la suerte y el azar hacen que nuestro proyecto pueda tener
un rumbo u otro. Lo que sí es cierto es que cuanto mejor planifiquemos y gestionemos
la incertidumbre, mayores posibilidades de éxito tendremos.
La
senda del emprendedor atraviesa seis fases: comenzando por la idea hasta llegar
al momento de lograr su sostenibilidad económica.
Todo empieza con una idea de negocio. Es importante tener
claro que en la definición de la idea se debe incluir el producto, el cliente y
el canal que utilizaremos para la comercialización.
La segunda fase es la del modelo de negocio. Es el momento
en que comenzamos a transformar una idea en un negocio, cuando empezamos a
hablar del cliente (qué piensa y siente, qué ve, qué oye, qué dice y hace, qué
miedos tiene y qué beneficios obtendré con mi producto), qué hitos vamos a
definir en la relación con nuestro cliente, qué le aportamos que sea diferente
y cómo vamos a monetizar.
La fase tres atañe al plan de negocio y consiste en definir
cuál va a ser nuestro viaje, cuántos recursos necesitamos, cómo los vamos a
conseguir, en qué innovamos, escuchar al mercado, al entorno, es decir, diseñar
nuestro mapa de ruta.
La cuarta fase es la puesta en marcha. Se denomina el
momento 'pringles' (una vez que haces
'pop' ya no hay stop). Nos hemos endeudado, tenemos elegidos los compañeros de
viaje, comenzamos con los trámites...
La emisión de la primera factura marca la quinta fase.
Significa nuestro primer cliente, aquel del que nos acordaremos toda la vida. ¡Esa
factura la enmarcaremos! y para ello habremos puesto en marcha nuestro plan de
márquetin y ventas.
Por fin, llega la última fase, la de los números negros (lo
contrario a los números rojos). Esto ocurre el día que conseguimos dar
sostenibilidad a nuestros ingresos y generar empleo de una forma más o menos estable.
Una vez que ha comenzado a recorrer este camino, el
emprendedor se sumerge en un proceso de vivencias y experiencias que le hacen
ser como una navaja suiza. Poco a poco, se va convirtiendo en un experto en
finanzas, márquetin, estrategia de negocio, canales de distribución,
competidores..., todos ellos pilares básicos que, sumados a un poco de suerte, hacen
que todos los días tengamos que dar a los emprendedores un fuerte aplauso desde
la sociedad para que continúen adelante.
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