jueves, 5 de enero de 2017

Rush: el gran premio de la emulación



(La columna Cine de Gestión, de Ignacio G. de Leániz, en el suplemento económico de El Mundo del 20 de octubre de 2013)

El duelo entre Niki Lauda y James Hunt se refleja en 'Rush', una película llena de lecciones sobre el talento, la motivación y la competitividad.

No se arrepentirá el espectador de verla, todo lo contrario. Y el que busque en el cine posibles lecciones de management mucho menos: toda la obra es un compendio de gestión del desempeño, de principio a fin. A nuestros efectos, podemos analizarla desde tres epígrafes, que en la trama van indisolublemente unidos, en paralelo, como las biografías de ambos competidores, el austriaco y frio Niki Lauda, frente al británico y apasionado James Hunt.

Hunt -Chris Hemsworth- encarna la genialidad. Para él, conducir y correr es disfrutar. Siente una alta motivación intrínseca en su desempeño, lo que llamaríamos motivación de logro. Está dispuesto a arriesgar todo, y ello incluye su vida, con tal de ganar una carrera o campeonato. Tal es placer que le produce. Por eso hace maniobras inverosímiles y derrocha su talento por todas las pistas. También, por cierto, en todas las fiestas habidas y por haber. Vivir y correr lo es en grado sumo, es ante todo disfrutar. Por eso Hunt es un auténtico play-boy, lleno de simpatía. No le pidamos preparación, horarios, cuidados, abstenciones. Para él, la Fórmula 1 es ante todo un arte. Y el piloto, un artista que se enfrenta con la muerte viviendo la vida.

Lauda -Daniel Brühl- es, desde sus orígenes, todo lo contrario: frío, calculador, reflexivo y meticuloso hasta el perfeccionismo. En suma, un gran profesional. Para él correr es controlar. No solo el coche y sus reglajes. También los umbrales de seguridad. No arriesga más del 20%: ése es el precio que pone a su vida.

Matarse en un circuito es un sinsentido, por lo que correr para él es evitar la muerte. Como se ve, Lauda posee en términos psicológicos un elevado locus de control interno. Por eso, ironías del destino, se negó en principio a correr en Nürburgring (Alemania), donde horas después padeció su terrible accidente en agosto de 1976, que toda una generación recuerda vivamente.

Y ése es el duelo que parece plantearnos la película. Dos perfiles profesionales en principio opuestos: talento frente a tecnicismo. O el arte frente a la pericia. Como sucede a menudo en nuestras organizaciones cuando se nos plantea así el dilema. Pero Ron Howard, el director, nos da una vuelta de tuerca: la realidad humana y gerencial es mucho más compleja y esta tesitura a menudo resulta falsa por mal planteada.

Porque sucede en estos protagonistas un fenómeno muy curioso: su implacable competencia mutua se funda en el fondo en una emulación reciproca. Hunt admira la autoexigencia y disciplina de Lauda, así como su estabilidad afectiva. Y éste, a su vez, el apasionamiento y riesgo de aquel en pista, y su sociabilidad fuera de ella. Y estas emulaciones van dando lugar a un feedback mutuo que retroalimenta el desempeño y los logros de cada uno de ellos, de manera que Lauda no sería Lauda sin Hunt, ni éste Hunt sin Lauda. Y aparece en ellos un sentimiento que hoy echo a menudo en falta: la admiración profesional por la que gracias al otro cada uno se supera más y más. Hay pues en esta mímica inconsciente una gran sinergia que darla lugar al campeonato más recordado, por fabuloso, de toda la Fórmula 1: el de 1976. Ambos están sin saberlo haciéndose un benchmarking de escuela de negocios cuando todavía no se utilizaba en las prácticas organizacionales.

Pero esta dinámica tan enriquecedora se extiende incluso fuera de la pista hasta aquella UVI del Hospital de Manheim, en el que Lauda ingresó más muerto que vivo tras el incendio del Ferrari en el GP de Alemania. La cruel rehabilitación, con los injertos por toda su cara, la realiza el piloto austriaco viendo correr a Hunt desde la televisión de su habitación. Como si Hunt y su Mclaren lo reclamasen otra vez en la arena; como si uno fuese el alter ego del otro. Son los beneficios inmensos del admirar y emular lo excelente, sacando partido a lo complementario y no aniquilándolo. No se la pierdan que mucha falta nos hace.

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