(La columna Cine de Gestión, de Ignacio G. de Leániz, en el
suplemento económico de El Mundo del 20 de octubre de 2013)
El duelo entre Niki Lauda y James Hunt se refleja en 'Rush',
una película llena de lecciones sobre el talento, la motivación y la competitividad.
No se arrepentirá el espectador de verla, todo lo contrario.
Y el que busque en el cine posibles lecciones de management mucho menos: toda la obra es un compendio de gestión del
desempeño, de principio a fin. A nuestros efectos, podemos analizarla desde
tres epígrafes, que en la trama van indisolublemente unidos, en paralelo, como
las biografías de ambos competidores, el austriaco y frio Niki Lauda, frente al
británico y apasionado James Hunt.
Hunt -Chris Hemsworth- encarna la genialidad. Para él,
conducir y correr es disfrutar. Siente una alta motivación intrínseca en su
desempeño, lo que llamaríamos motivación de logro. Está dispuesto a arriesgar
todo, y ello incluye su vida, con tal de ganar una carrera o campeonato. Tal es
placer que le produce. Por eso hace maniobras inverosímiles y derrocha su
talento por todas las pistas. También, por cierto, en todas las fiestas habidas
y por haber. Vivir y correr lo es en grado sumo, es ante todo disfrutar. Por
eso Hunt es un auténtico play-boy,
lleno de simpatía. No le pidamos preparación, horarios, cuidados, abstenciones.
Para él, la Fórmula 1 es ante todo un arte. Y el piloto, un artista que se
enfrenta con la muerte viviendo la vida.
Lauda -Daniel Brühl- es, desde sus orígenes, todo lo
contrario: frío, calculador, reflexivo y meticuloso hasta el perfeccionismo. En
suma, un gran profesional. Para él correr es controlar. No solo el coche y sus
reglajes. También los umbrales de seguridad. No arriesga más del 20%: ése es el
precio que pone a su vida.
Matarse en un circuito es un sinsentido, por lo que correr
para él es evitar la muerte. Como se ve, Lauda posee en términos psicológicos
un elevado locus de control interno. Por eso, ironías del destino, se negó en principio
a correr en Nürburgring (Alemania), donde horas después padeció su terrible
accidente en agosto de 1976, que toda una generación recuerda vivamente.
Y ése es el duelo que parece plantearnos la película. Dos
perfiles profesionales en principio opuestos: talento frente a tecnicismo. O el
arte frente a la pericia. Como sucede a menudo en nuestras organizaciones cuando
se nos plantea así el dilema. Pero Ron Howard, el director, nos da una vuelta
de tuerca: la realidad humana y gerencial es mucho más compleja y esta tesitura
a menudo resulta falsa por mal planteada.
Porque sucede en estos protagonistas un fenómeno muy
curioso: su implacable competencia mutua se funda en el fondo en una emulación
reciproca. Hunt admira la autoexigencia y disciplina de Lauda, así como su
estabilidad afectiva. Y éste, a su vez, el apasionamiento y riesgo de aquel en
pista, y su sociabilidad fuera de ella. Y estas emulaciones van dando lugar a un
feedback mutuo que retroalimenta el
desempeño y los logros de cada uno de ellos, de manera que Lauda no sería Lauda
sin Hunt, ni éste Hunt sin Lauda. Y aparece en ellos un sentimiento que hoy
echo a menudo en falta: la admiración profesional por la que gracias al otro
cada uno se supera más y más. Hay pues en esta mímica inconsciente una gran
sinergia que darla lugar al campeonato más recordado, por fabuloso, de toda la
Fórmula 1: el de 1976. Ambos están sin saberlo haciéndose un benchmarking de escuela de negocios cuando
todavía no se utilizaba en las prácticas organizacionales.
Pero esta dinámica tan enriquecedora se extiende incluso
fuera de la pista hasta aquella UVI del Hospital de Manheim, en el que Lauda
ingresó más muerto que vivo tras el incendio del Ferrari en el GP de Alemania.
La cruel rehabilitación, con los injertos por toda su cara, la realiza el
piloto austriaco viendo correr a Hunt desde la televisión de su habitación.
Como si Hunt y su Mclaren lo reclamasen otra vez en la arena; como si uno fuese
el alter ego del otro. Son los beneficios inmensos del admirar y emular lo
excelente, sacando partido a lo complementario y no aniquilándolo. No se la
pierdan que mucha falta nos hace.
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