(Un texto de José García Moltalvo en el suplemento económico de El
Mundo del 13 de diciembre de 2009)
Por fin parece que se generaliza la opinión de que la economía española
precisa cambios estructurales importantes y no sólo medidas a corto plazo. El
proyecto de Ley de Economía Sostenible sólo refuerza esta percepción. Uno de
los aspectos estructurales más importantes, no contemplado en el proyecto, es
un cambio significativo e innovador en el sistema educativo. Aunque hay muchos
temas importantes en la formación del capital humano, hoy quiero centrarme en
la educación universitaria.
Imaginemos un proceso de producción de tuercas en el que el 30%
acabaran con la rosca a medio hacer y un 35% fueran más grandes que la mayoría
de los tomillos de la economía. Cualquier sistema de control de calidad
calificaría ese proceso como enormemente ineficiente. Pues bien, estos parámetros
son los que definen la educación universitaria en España. El 30% de los estudiantes
abandonarán antes de finalizar y el 35% de los que finalicen tendrán un empleo para
el cual estarán sobrecualificados. Si a esto añadimos que la financiación del 85%
del coste de la enseñanza en universidades públicas (la gran mayoría) tiene su origen
en fondos públicos (unos 6.000 euros por estudiante y año) nos encontramos con
un sistema que derrocha recursos.
Pero, ¿qué sucede con la rentabilidad de los estudios universitarios? Pues
que está cayendo rápidamente. La OCDE señala que en España el salario relativo
de los universitarios frente a los graduados de secundaria no obligatoria ha
caído un 40%, más que en ningún otro país de la organización. Éste puede ser uno
de los motivos del elevado grado de abandono: es posible que muchos estudiantes
se planteen si vale la pena continuar estudiando cuando ser graduado universitario
sólo supone una pequeña ventaja salarial, y en tasa de desempleo, frente a los
graduados de enseñanza secundaria no obligatoria.
Una estrategia creíble para atacar las ineficiencias de la universidad
debería romper definitivamente su aislamiento frente a la sociedad y el sistema
productivo. La forma más sencilla de vencer esta resistencia sería confeccionar
un sistema de financiación de las universidades con unos incentivos adecuados. En
lugar de la financiación tradicional basada en inputs (cuantos más estudiantes más fondos) tendría que basarse en
resultados (tasas de empleo de los graduados, tasa de graduación en el tiempo previsto,
resultados de investigación medibles -como publicaciones o patentes, etcétera).
La investigación de los departamentos también debería ser evaluada, como se hace
en el Reino Unido, y su financiación tendría que depender de dicha evaluación. Si
un departamento opta por la endogamia en lugar de contratar a los mejores
acabará teniendo menos fondos y, en el medio plazo, o termina con la endogamia
o desaparece el departamento por falta de fondos.
En segundo lugar, es necesario cambiar la gobernanza de la universidad.
El claustro, que es la cámara que elige al rector, sólo debería incluir a los
representantes de los profesores y de los antiguos alumnos. Los problemas
laborales del personal de administración y servicios se deben tratar en la
negociación entre sindicatos y universidad y no en los claustros
universitarios. Por su parte, los antiguos alumnos son los que mejor conocen si
los conocimientos y metodologías educativas utilizadas en la enseñanza que
recibieron fueron útiles en su carrera profesional y su vida en general.
En tercer lugar, hay que aumentar sustancialmente las becas para
facilitar la movilidad de los estudiantes y cubrir el coste de oportunidad de
estudiar de los alumnos de familias con bajo poder adquisitivo. Pero, al mismo
tiempo, hay que incrementar sustancialmente el coste de las matriculas para aquellas
familias que pueden pagarlas.
Finalmente está el tema del espíritu emprendedor. Muchos graduados no
estarían sobrecualificados si montaran su propia empresa. Paradójicamente, los
graduados universitarios, que son los que mejor preparados están para entender
cómo funcionan sistemas complejos en ambientes de incertidumbre, son el grupo
educativo que menor propensión tiene a constituir empresas.
La animadversión que muchos de sus profesores funcionarios tienen hacia
el empresariado explica parte de esta falta de de espíritu emprendedor. Para
resolver esta situación, y otros muchos problemas, lo ideal sería acabar con el
estatus de funcionario de los profesores universitarios. En otros sitios se va
a hacer. Por ejemplo en Finlandia, espejo en el que todos los expertos
educativos miran por la elevada calidad de su enseñanza y los espectaculares resultados
de sus alumnos, los empleados de la universidad perderán su estatus funcionarial
en 2010. Seamos innovadores y adoptemos las decisiones que toman los líderes. Hagamos
una educación universitaria de calidad y sostenible.
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