(Un texto de J. F. Losilla en el suplemento económico del
Heraldo de Aragón del 3 de agosto de 2014)
En el
mundo de los negocios, tan importante es dar con una buena idea como tener el acierto y la valentía de desarrollarla y
expandirla. Tal vez el caso más paradigmático corresponde a McDonald's, la
mayor cadena de comida rápida del planeta, que en la actualidad cuenta con 68
millones de clientes que acuden diariamente a sus más de 35.000
establecimientos en 119 países.
Pese a
que los hermanos Dick y Mac McDonald pusieron la primera piedra en 1940, dando
nombre a la hamburguesería que abrieron
en San Bernardino (California), no fue hasta que una década después entró
en escena Ray Kroc que el proyecto comenzó a despegar hasta convertirse en un imperio multinacional. Mientras los
hermanos McDonald eran conservadores -profesionalmente-, Kroc vislumbró desde
el primer minuto las posibilidades que albergaba aquel comercio. Aplicó hasta las últimas consecuencias dos de sus máximas:
«Si no tomas riesgos, no pintas nada en los negocios» y «La suerte es un
dividendo del sudor. Cuanto más sudes, más afortunado serás».
La
biografía de Kroc resulta apasionante. Incluso Mark Knopfler le dedicó la
canción 'Boom, like that'. Hijo de un
emigrante checo, se crió en Chicago y coincidió con Walt Disney
conduciendo ambulancias para la Cruz Roja durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras la contienda -en la que no llegó a ser
destinado-, malvivió como músico de jazz o DJ en una radio local. Su
existencia cambió drásticamente al ejercer de vendedor de una revolucionaria
batidora. Recorría Estados Unidos informando de las virtudes del ingenio hasta
que recibió un pedido de ocho máquinas del local de los hermanos McDonald. Kroc
alucinó con el efectivo sistema de trabajo que regía allí: cada empleado se
encargaba de un cometido (abrir panes, poner la lechuga, hacer las patatas,
llenar la bebida…). Un método en apariencia sencillo pero que permitía disparar
la productividad. No dudó en vincularse con los McDonald e inauguró un
establecimiento en Des Moines, en su Illinois natal. El éxito fue absoluto. Sin
embargo, la ambición desbocada de Kroc no coincidía con la de los fundadores.
Un desacuerdo que se solventó con la compra de la sociedad por parte del
primero a cambio de 2,7 millones de dólares. Tras deducir los impuestos, a cada
hermano McDonald le quedó un millón de dólares.
Kroc
comandó un plan de negocio certero y triunfal. Fue un pionero en la estandarización de las operaciones. «Nuestras
hamburguesas deben saber igual en Nueva York que en Los Ángeles», solía decir.
Estableció estrictamente los ingredientes, la forma de preparación y el
envoltorio. También abrazó y primó la cultura de cuidar al cliente. Si un
pedido tardaba más de cinco minutos, no
se cobraba.
Hasta
sus últimos días de vida llamó cada mañana al gerente del local en Des Moines
para cerciorarse de que todo funcionaba.