miércoles, 3 de noviembre de 2021

Herman Hollerith, el 'ordenador' del censo

 

 (Un texto de Miguel Barral en el suplemento Tercer Milenio del Heraldo de Aragón del 4 de diciembre de 2018)

Las máquinas tabuladoras de Hollerith empleaban tarjetas de datos perforadas para elaborar el censo. Un ejemplo de programación mecánica antes de la era electrónica.

En 1879 probablemente nadie habría apostado a que el joven Herman Hollerith, hijo de emigrantes alemanes en Nueva York y que acababa de graduarse en la Escuela de Minas de la Universidad de Columbia con unas pobres calificaciones en Contabilidad y Máquinas fuese a pasar a la historia como el responsable de revolucionar el sistema censal para siempre.

Ese mismo año Hollerith entró a formar parte del cuerpo de agentes del censo estadounidense de 1880. Su tarea consistía en recopilar datos de manufacturación. Y también debía ayudar a John Shaw Billings con los mucho más importantes datos personales que representaban a cada ciudadano. Y con ellos al conjunto de la población nacional. 

Un Billings a quien Hollerith siempre señaló como la persona que le señaló el camino. Durante una cena en casa del primero, y mientras comentaban las incidencias del trabajo, Billings mencionó la necesidad de dar con una forma de sistematizar el registro de las tablas censales para evitar errores y recortar plazos. No era una demanda arbitraria. En 1880 el registro del censo estadounidense había llegado a un punto crítico en el que el crecimiento de la población hacía temer que no se pudiese completar la tarea antes de que se pusiese en marcha el siguiente censo.

A partir de ese momento Hollerith comenzó a trabajar sobre esa idea. Una labor que finalmente se iba a plasmar en 1884, con su primera patente para una ‘máquina tabuladora del censo’.

En 1887 la máquina fue seleccionada junto a otras dos candidatas por el director del censo para ponerlas a prueba procesando los datos de mortalidad de varias ciudades. La tabuladora de Hollerith demostró ser muy superior a sus competidoras y resultó seleccionada para efectuar el censo nacional de 1890. El primero que se iba a realizar de forma mecánica. La máquina cubrió con creces las expectativas al completar la primera y más importante fase del censo, el registro de ciudadanos, en tres meses, cuando hasta entonces se demoraba más de dos años. Y con un ahorro estimado en costes de 5 millones de dólares. En los siguientes tres años las tabuladoras de Hollerith permitieron realizar el primer análisis completo y sistematizado de todos los datos censales.

El éxito cosechado tuvo una repercusión inmediata a nivel internacional y, un año después, los equipos de Hollerith fueron empleados para el censo en Canadá, Noruega y Austria. Países a los que se sumaron otros en años sucesivos.

En 1896 Hollerith creaba la Tabulatory Machine Company. La firma ofrecía sus máquinas tabuladoras en servicio de ‘leasing’. En una demostración de visión empresarial, para garantizar el correcto funcionamiento de sus equipos, requería a sus clientes que solo empleasen las tarjetas de datos que la compañía fabricaba. Pronto los beneficios generados por la venta de las mismas excedieron los rendidos por el alquiler de los equipos.

Además, para entonces Hollerith había ampliado la capacidad operativa de sus máquinas al diseñar un mecanismo que permitía registrar valores numéricos y, por tanto, compilar y procesar datos de muy diversos campos.

En 1911 Hollerith alcanzaba un acuerdo para vender la TMC a Charles R. Flint, que la integró en la Computing-Tabulating-Recording Company (CTR). El acuerdo reportó a Hollerith más de un millón de dólares, además de convertirle en consultor de la nueva compañía por un periodo de diez años, y con derecho a vetar cualquier modificación sobre su máquina con la que no estuviera conforme. Este último punto del acuerdo iba a ser la causa de los continuos choques con Thomas J. Watson, nombrado director de la CTR en 1914. Aunque durante un tiempo siguió trabajando e inventando mejoras para su ingenio –su última patente data de 1919–, dicho enfrentamiento propició que progresivamente Hollerith se fuese desvinculando de la compañía. En 1921 se retiraba definitivamente para dedicarse a su granja de ganado bovino y a sus yates. Y ocho años más tarde, en 1929, fallecía. Por lo que aún tuvo tiempo de ver cómo, en 1924, Watson renombraba la compañía para dotarla de un nombre más acorde con los nuevos tiempos: International Business Machines o IBM.

La máquina tabuladora, programación mecánica antes de la era electrónica
 
La máquina en sí estaba integrada por dos placas o superficies conductoras de la electricidad y donde la superior presentaba alfileres o puntas que se podían retirar distribuidos de forma uniforme. El conjunto se conectaba a una serie de diales que registraban y recopilaban los datos. Las tarjetas, del tamaño de un billete de dólar, presentaban una serie de puntos o posiciones que, al perforarlas, permitían recoger la información. Una vez cumplimentada –perforada–, la tarjeta se introducía entre las dos planchas de la máquina para su lectura. En las posiciones perforadas de la tarjeta, los pinchos de la placa superior entraban en contacto con la placa inferior, cerrando el circuito, lo que provocaba el movimiento del dial correspondiente a esa posición. Además, en la trasera incorporaba una serie de cables con los que se podían conectar dos categorías de datos registradas por diales distintos. Esto permitía cruzar datos.

Con el paso de los años, Hollerith fue incorporando modificaciones que la mejoraban. Fundamentalmente a través de la mecanización o automatización de tareas que al principio se realizaban de forma manual, como la introducción, recogida y clasificación de tarjetas. En 1900 incorporó una sencilla máquina calculadora que ampliaba sus capacidades y posibilidades.

Si bien en los modelos iniciales los cables eléctricos que conectaban distintas categorías estaban prefijados desde su fabricación, según las necesidades del cliente, a partir de 1906 Hollerith incorporó un tablero que permitía conectar distintas categorías a voluntad con solo modificar la posición de los cables. Fue uno de los primeros sistemas de programación, aunque fuese mecánica y no electrónica. La otra gran evolución fue la modificación de la tarjeta perforada. Inicialmente registraba categorías cerradas o ‘binarias’ (sí/no, en función de si se perforaba o no) y pasó a estar constituida por una serie de columnas con valores del 0 al 9, lo que permitía registrar datos numéricos.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Elogio del fracaso


(Extraído de un texto de Carmen Posadas en el XLSemanal del 31 de enero de 2016)

En el año 2012, tres amigos se reunieron en Ciudad de México en torno a una botella de mezcal para hablar de sus fracasos. Se dieron cuenta entonces de que, a pesar de la gran amistad que los unía, nunca habían hablado con tanta franqueza y que comentar sus horribles meteduras de pata no sólo era terapéutico, sino muy útil porque les permitía aprender de sus respectivos fiascos. Decidieron poner en marcha las Fuckup Nights, unas charlas presenciales (o grabadas) al estilo de las Ted Talks. Estas charlas, que duran de 7 a 10 minutos, están pensadas para hablar no de éxitos, logros, laureles ni oraciones atendidas, sino de monumentales fracasos. Hay quien cuenta, por ejemplo, cómo un error tipográfico, una palabra mal escrita en la etiqueta de su carísimo vino rosado, llegó a costarle un disgusto de 10.000 dólares. Otro, más modestamente, explicó su brillante idea de poner una pastelería ¡en el portal contiguo de una clínica de adelgazamiento! Un tercero se lamentó de que había montado un bar con su amigo de toda la vida, que resultó ser un holgazán de tomo y lomo. Al principio, los responsables de Fuckup Nights tenían dificultades para encontrar voluntarios que quisieran contar sus experiencias desastrosas. Vivimos en un mundo en el que lo que se premia es todo lo contrario, el éxito fulgurante. Uno que ahora parece estar más cerca de la mano que nunca en la historia. Con antecedentes como los 35,7 millones de dólares de patrimonio de Mark Zuckerberg, gracias a la genial idea de crear un club de amigos como Facebook, o los casos de Steve Jobs o Bill Gates, que han reeditado el mito estadounidense de que se puede hacer una fortuna desde el garaje de tu casa, todo el mundo piensa que es un multimillonario en potencia. Y, sin embargo, se calcula que entre las empresas pequeñas que se crean, y en especial las que tienen que ver con Internet, el número de proyectos que naufragan es del 75 por ciento, y en algunos países, del 80. No obstante, tal como ocurrió con los fundadores de Fuckup Nights, muchos consiguen sacar rédito de sus primeras meteduras de pata. Ellos, por ejemplo, se han dedicado a montar diversas asesorías y ahora este tipo de encuentros se celebra en 70 ciudades en más de 26 países, lo que ha llamado la atención de varias universidades relevantes. “Nada enseña tanto como el fracaso -explica el responsable de una empresa de capital riesgo que invierte dinero en nuevas ideas de jóvenes empresarios-. De hecho, la primera pregunta que nosotros hacemos a los que buscan nuestra financiación -dice- es precisamente esa. ‘¿Cuántas veces has errado el tiro?’. Si contestan que ninguna, les decimos. ‘Vuelve cuando hayas fracasado’”.

Me encantan las iniciativas que van a contracorriente, también las desmitificadoras. Pienso que, tal como se apunta más arriba, el éxito se ha convertido en una especie de obligación, a cualquier precio y a costa de lo que sea. La presión que se ejerce sobre los chicos que salen de la universidad, por ejemplo, es brutal. Después de haberlos sobreprotegido y mimado entre algodones hasta bien entrada la veintena haciéndoles creer que vivían en Disneylandia, de pronto muchos de ellos se encuentran con una gran carrera, varios másteres, tres idiomas, pero muchas menos posibilidades de encontrar empleo que nuestra generación. Por eso creo que son necesarios estos foros en los que puede intercambiarse experiencia. No de arriba abajo jerárquicamente, como se ha hecho hasta ahora, con adultos que cuentan sus batallitas a unos jóvenes que no se dan por aludidos, sino de igual a igual, de joven fracasado a joven fracasado. ¿Que suena mal la palabra? Ahí precisamente es donde está el error. El responsable de uno de estos fiascos estrepitosos sostiene que la suma de experiencia con análisis post mortem de la iniciativa fracasada y ganas de salir adelante es un trinomio imbatible. Si a eso le unimos que el haber metido la gamba es, en muchas empresas de capital riesgo condición sine qua non para conseguir financiación, ya tenemos la perfecta ecuación ganadora.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Firestone, el arte de reinventar la rueda

(Un texto de Raquel Peláez en el XLSemanal del 13 de enero de 2019)

Hace 150 años nacía el magnate de los neumáticos Harvey Firestone, un visionario en los negocios que también contribuyó a mejorar el estado de las carreteras en Estados Unidos.

Consiguió reducir los accidentes en carretera creando el primer neumático antideslizante y revolucionó la amortiguación de los vehículos reemplazando los muelles metálicos por caucho. Harvey Firestone, aquel humilde granjero que nació hace 150 años en Ohio (Estados Unidos), ha pasado a la historia por su espíritu emprendedor y su carácter filantrópico. Con solo 22 años fundó su propia empresa, The Firestone Tire & Rubber Co., y un año después ya fabricaba los primeros neumáticos de goma para carruajes. A partir de ahí, todo fue rodado. Firestone supo prever que el futuro del transporte pasaría por vehículos de motor con cuatro ruedas y en 1906 acordó con su amigo Henry Ford ser el fabricante de los neumáticos de su famoso Modelo T. ¿El resultado? En 1920, la compañía facturaba ya 115 millones de dólares y, pasados 8 años, daba el salto internacional al abrir su primera fábrica en Brentford (Inglaterra). «Creo que la honestidad es la piedra angular de un negocio», aseguraba Firestone, uno de los grandes empresarios del siglo XX que, además, supo contribuir a la sociedad de su tiempo con iniciativas como el movimiento Good Roads para remediar el mal estado de las carreteras en Estados Unidos.

El club de los millonarios

Harvey Firestone fue mucho más que un exitoso fabricante de neumáticos. Su carácter emprendedor y filantrópico lo convirtió en compañero de viaje frecuente de otras mentes privilegiadas y líderes de la Innovación de la época como Henry Ford y Thomas Edison. Juntos fundaron el Club de los Millonarios, un círculo en el que los distinguidos miembros podían reunirse y acordar la adquisición de inmuebles.

Una mente privilegiada

Con una patente creada por el propio Firestone, el empresario fabricó los primeros neumáticos de goma para carruajes. En 1900, su primer año de negocio, vendió 110.000 dólares en neumáticos. Contaba tan solo con una fundición abandonada y doce hombres.

Innovación tecnológica

En 1923 introdujo una nueva tecnología de neumáticos de baja presión llamados 'balón' se trataba de un producto más ancho y con mejor agarre, que proporcionaba mucha más seguridad a los conductores de la época.

Hombre de campo

En 1930, Firestone introdujo neumáticos de caucho en tractores y maquinaria agrícola. A diferencia de los neumáticos de acero, estos no aplastaban el cultivo.

domingo, 28 de febrero de 2021

Los 10 trabajos del "futuro"

(Un texto de Elena Hita en el suplemento económico de El Mundo del 22 de septiembre de 2013. Sigue siendo pura ciencia ficción.)

Como predicciones que son, algunos ni existen. A saber, según la consultora de tendencias, Sparks & Honey, los diez trabajos del futuro son: consejero de productividad, gestor digital, consejero macrobiótico, desorganizador corporativo el que saca ideas de cualquier departamento, tutor de curiosidad una especie de coach para sacar lo mejor de uno mismo, especulador de divisas alternativas, pastor urbano un jardinero de ciudad a caballo entre agricultor y guía naturista, reparador de impresoras 3D, gestor de muerte digital especialista en crear, desarrollar y eliminar rastro alguno de contenidos en la red, y archivador de la vida personal –expertos en catalogar y explotar las hazañas de cada uno.

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