lunes, 24 de abril de 2023

Elogio del fracaso (o cómo convertir la mala suerte en buena)

(Parte de un texto de Beatriz G. Manso en la revista Mujer de Hoy del 10 de noviembre de 2018)

En la era del culto al éxito, hay quienes se atreven a confesar públicamente sus fracasos y hasta incluir en sus currículums las pruebas de acceso que no superaron, los proyectos que no lograron sacar adelante, los premios que no ganaron. Es arriesgado, pero los reclutadores expertos y sagaces sabrán hacer una lectura positiva.

En Silicon Valley, la meca del éxito precoz, no se esconde (aunque tampoco se pregona) que el 80% de los proyectos se hunden. Allí nació y se celebró durante años la FailCon [Conferencia del fracaso], donde los dueños de esas ideas que no funcionaron exponían abiertamente su experiencia para extraer conclusiones y borrar el tabú.

Existen también escuelas de fracaso. En la Failure School de Londres se enseña a los alumnos a dominar las herramientas psicológicas para sobreponerse a los reveses e incluso utilizarlos para impulsarse. También se entrena el pensamiento crítico y se aprende a preguntarse el por qué, a hacer autocrítica y asumir responsabilidades. Con esta actividad de introspección se contempla el error como una oportunidad de cambio y mejora. “Es una de esas frases que utilizamos mucho: si lo que estabas haciendo hasta ahora no te ha funcionado, hay que cambiarlo. Este es el enfoque: no se puede pensar que haciendo lo mismo se llegará a conseguir resultados diferentes”, afirma Elena Huerga.

Cuentan las crónicas que Thomas Edison realizó más de 1.000 ensayos antes de crear la primera lámpara incandescente. En cierta ocasión, un colaborador le dijo: “¿No se siente un fracasado tras haber realizado más de mil ensayos y no haber conseguido nada?”. Edison respondió: “¡En absoluto! Ahora ya sé más de mil maneras de cómo no hay que hacer una bombilla”. Poco tiempo después, culminaría su brillante invento.

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